sábado, 26 de junio de 2010

AMARRONADAMENTE INTUYO TU FUTURA PRESENCIA MI DULCE OTOÑO


Llegan las hojas que ansían teñir de ocre las veredas como nieve amorronada que no moja pero baña de melancolía. Escaso días le quedan al verano para que la ciudad se vista de atardecer. Los ojos del cielo buscan derramar lágrimas no necesariamente tristes.
El otoño esta por nacer.
Y te voy a ver en mis paseos por la fría foresta de la plaza donde siempre caminábamos. Estas ahí parada, y yo con un sin fin de palabras para alabarte pero que no son suficientes para describirte.
El atardecer me hace gestos para indicarme que la noche esta próxima a venir. El cielo es un templo y a el también sacrifico mis palabras.
Cielo y tierra teñidos de ocre bañando de melancolía las plazas.
Brumas que acechan destiñendo la tarde y las cosas. Inconmensurable es tu presencia al amparo del aire que acompaña mi penitencia.
Otoño que has de jugar con mis manos, viento que ha de jugar con tus cabellos que ondean ante el viento.
Gallarda es tu presencia y como la reina que eres, exiges absoluta devoción. Misterio de tus manos que parecen hablarle al tiempo. Ojos que se funden con el cielo amorronadamente bello, iris que como hebras doradamente obscuras disfrazan el silencio de gala brillosa.
Las luces de la ciudad se desprenden de su cárcel silenciosa y acompañan el desarrollo de la tarde en glorioso frenesí discontinuo pues aun el sol tiene fuerza e impone su glorioso porte.
Otoño! Qué bello paisaje ofreces! Me invitas a contemplar y a perderme en las formas que dibujan las perennes habitantes de los arboles que me regalan un baño de calidas sensaciones.
Y ahí estas, árbol, antes frondoso y hoy desnudo y vacío de secretos mostrándome tu piel marchita, tu alma disfrazada de vacío otrora vestida de verde majestad.

AZM
MMX

viernes, 25 de junio de 2010

El JOVEN QUE QUERIA SER MARTIN




Siempre me persiguió mi nombre, siempre quise llamarme Martín pero mis padres bautisaronme como Bruno. Yo quería ser Martín y descubrirla a ella que seguro me espera por siempre en el parque Lezama
Me atrae el inicio de las cosas, esa chispa que enciende el fuego de la pasión.
Como un feto, aquel primer párrafo es la concreción del germen que representa la idea antes de llevarse a cabo. Y en particular, me atrae la manera que empezó sobre héroes y tumbas.

Por qué no fui Martín? Por que no encontré a mi Alejandra sorprendiéndome mientras pierdo mi mirada en las estatuas del parque Lezama.
Con que pasión he leído la obra e intentado dilucidar su polisemia, aquello que cuenta y aquello que sugiere.
Por eso, como no imaginarme la situación de encontrarme frente a la estatua de Ceres y alzar mis ojos y verla venir a ella, a Alejandra.
Como será en persona? Que historia tejera el destino si me encuentro con alguna chica de la misma manera que Martín descubre a Alejandra? Escribiré las mismas historias? Clavará ella sus punzantes ojos en los míos? Y si aparece la mismísima Alejandra y yo por aquellos azares de lo indescifrable, por aquellos caprichos del destino aparezco de repente en el mundo literario de Sabato y me convierto por fin en Martín?
Así divagaba yo aquella tarde de verano mientras me dirigía al epicentro de la novela, al vortex inabarcable que nos introduce en la mente de don Ernesto Sabato.
Me senté frente a la estatua de Atenea un largo rato cuando repentinamente, me acorde que era frente a la estatua de Ceres donde debí haberme sentado. Y lo hice por supuesto queriendo ser por fin Martín y encontrarme así con Alejandra. Decido pararme e ir hacia el asiento correcto pero una mueca de asombro dibuja mi rostro. Alguien aparece sentado allí. O ese alguien me robo la idea, o este repentino personaje que intenta usurpar mi destino, solo elige el preciado asiento por una cuestión meramente arbitraria.
Decido observarlo mientras un silencio filoso recorre el parque.
Algo estaba cambiando en el lugar y yo no me estaba dando cuenta. Alguien estaba por venir? era ella? Además, alguien me observaba, o eso creía.
Siento unos agudos zarpazos acuchillar mi espalda. Quiero ser un pájaro y volar con mis alas de cartón hacia el mundo de Martín y Alejandra, quiero mis ojos clavados en dos estacas si ese el precio.
La humanidad del falso Martín descansa sobre el gastado asiento que mira hacia la estatua de Ceres, taciturno parecía aquel y sin registrar mi presencia, lo notaba concentrado con sus manos apoyadas en su cara como sosteniéndose, con sus mambos a cuestas, quizás como los míos. Quizás era alguien que con mi misma pasión quería ser Martín
De seguro estaba esperando a alguien, con todo lo que esto conlleva. Para bien o para mal de mi proyecto.
Casi frustrado me digo a mi mismo: si no voy a ser el protagonista al menos me conformo con ser testigo y como un voyeurista sin la necesidad de estar escondido, decido quedarme y observar con la impunidad de aquel que hace que se sienta a recorrer en su mente los recovecos de algún pasado remoto.
Algo llama mi atención, un ruido en el pasto, pasos, giro sobre mi y lo veo, sabia que alguien estaba detrás mio.
Un señor semicalvo y con anteojos que se encontraba anotando algo en un cuaderno, decide trasladarse y perderse en el horizonte por aquel sendero de los copones, pude observarlo de frente antes de retirarse su y rostro demostraba haber quedado satisfecho con los datos obtenidos.
Una duda me asalta, quedarme y espiar a esta pareja émulos de Martín y Alejandro o sigo al semicalvo que huye y se comienza a perder en la lejanía.

AZM
MMX